viernes, 30 de julio de 2010

LA ALEGRIA




El niño, desde su más tierna infancia, de ser educado para la alegría poniéndole en contacto directo con el equilibrio, el orden, la fuerza y la belleza de los seres que le rodean. Ha de percibirlos, sentirlos Y. amarlos para sentirse y amarse a sí mismo como parte integrante de la maravilla del Universo.

LA ALEGRIA SE APRENDE.

Sí, se aprende a ser alegre y el aprendizaje de la alegría debería ser tarea primordial en el hogar y en la escuela. Si es verdad, como diría R. Guardini, que "Educamos más por lo que somos que por lo que hacemos o decimos"..., ser adultos alegres, cambiar nuestras actitudes deprimentes, negativas y derrotistas por otras entusiastas, positivas y esperanzadoras, sería la "conditio sine qua non", de una educación para los valores humanos.

La alegría de vivir, la alegría de compartir con otros la propia existencia ha de ser potenciada, incrementada y enriquecida con la ejemplaridad del educador. Esta constituye uno de los elementos esenciales de su personalidad educativa: la encarnación ele ¡os valores que, con su ejemplo, presenta al educando de manera experiencial y viva. A mi juicio, el valor de los valores o el denominador común de todos ellos es, sin duda, la alegría.

Al erigirnos los adultos en mediadores entre el educando y el mundo de los valores, su asimilación quedará tanto más garantizada cuanto más los presentemos encarnados en nuestro ser y en nuestra conducta, marcados siempre con el signo inconfundible de la alegría.

LA ALEGRÍA SE DESCUBRE.

El niño descubre la alegría al sentir su propia vitalidad y su propio cuerpo en perfecto funcionamiento. Los sentidos que le abren a la vida, te enseñan a descubrir las primeras alegrías, marcadamente instintivas. De forma gozosa, la piel «se alegra» en los besos v las caricias de la madre; los ojos disfrutan y «se alegran» con la variedad y matices de formas v colores; la boca se «alegra» con el placer que le produce la succión del pecho materno, y el oído se complace alegremente con los sonidos armoniosos.

Paulatinamente, el ser humano va evolucionando hacia una alegría menos sensitiva y corporal y más interior, profunda y espiritual en la medida en que accede a la completa madurez mental y psíquica. la paz interior, la armonía y entendimiento con nosotros mismos y la aceptación de la realidad que nos ha tocado vivir, preparan el camino hacia esa alegría sublime que pone en paz al hombre consigo mismo y con los demás, y que sólo es posible encontrarla, engarzada y asociada a los más nobles sentimientos que anidan en el corazón humano

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